domingo 07 de junio 2020

De barquillos y romance

Edna Iturralde

La Matilde era muy bonita y coqueta. La Matilde era lo que en esa época se llamaba una “criada”, que significaba que había estado en una casa ayudando en el servicio doméstico desde niña. A mi abuelita, Ñata, le habían “encargado” a esta niña en una de sus haciendas y mi abuela la quería mucho. También en esa época se tenía un servicio completo con “muchachas de mano”, cocinera y paje. Pero de quien más me acuerdo es de La Matilde, que era tan enamoradiza, como escuché decir un día. Su principal pretendiente era el vendedor de barquillos que llegaba todas las tardes a la Mariscal con su grito de: “baar-qui-lluus”, y el canasto sostenido sobre la cabeza. La Matilde pedía plata para comprar los barquillos para la “niña Ednita”, abría la puerta de hierro y salía mientras yo me quedaba en el jardín con mi perro Jip. El barquillero ponía su canasto en el suelo y cuchicheaba con La Matilde tratando de cogerle la mano y ella, coqueta, no se dejaba. ¡Qué tierna era la vida! Mi abuelita la cuidaba mirando desde una de las ventanas y se hacía la que no pasaba nada. Pero el amor flotaba con olor
a barquillos.