lunes 16 de mayo 2022

Bolívar, Tinjacá y Nevado

Edna Iturralde

Era el año de 1813. Simón Bolívar había salido de Mérida y se dirigía a Caracas cuando cruzó el páramo y se detuvo en Moncoque, para pasar la noche. Mientras comía escuchó ladridos, y amante de los perros como él era, se mostró interesado.


El dueño de la casa llamó a un indígena llamado Tinjacá, que cuidaba de los perros, para pedirle que se los enseñara. Dijo que se trataba de una raza especial de esos parajes, que habían sido traídos, como ovejeros, por los sacerdotes que fundaron la ciudad.

Añadió que eran grandes, fuertes, inteligentes y hábiles. Bolívar siguió a Tinjacá a una bodega donde había una camada de seis cachorritos.

El Libertador se agachó a acariciarlos, pero en eso se acercó un maltón de poco más de un año, olió sus botas, se sentó delante y le dio una pata. Tinjacá le dijo que se llamaba Nevado, porque era un perro negro, con una parte del lomo blanco, de ahí su nombre.

El dueño se lo regaló. Bolívar notó que los ojos de Tinjacá se llenaban de lágrimas.

Le dolía perder al perro. Entonces, benevolente, propuso al dueño que permitiera a Tinjacá irse con él para cuidar de Nevado.