jueves 21 de mayo 2020

El jardín del Inka

Edna Iturralde

El Kurikancha, considerado el centro de la ciudad sagrada del Cusco, era un templo enorme cubierto por planchas de oro. Las piedras de las paredes estaban pegadas una a la otra sin ningún material, de manera tan compacta que entre ellas no podía entrar la punta de un cuchillo. Sobre la pared de piedra había otra de adobe, donde se asentaban vigas de madera que sostenían el techo de paja, que estaba decorado con mantos tejidos de plumas de aves de la selva y rodeado de un borde de oro de casi un metro de ancho. Delante del aposento donde se creía que el Sol Dormía, había un jardín lleno de figuras de niños jardineros, de plantas, legumbres y maizales, árboles, pájaros, hechos de oro. Dieciséis llamas, también de oro, aparentaban beber junto a una fuente de agua. Era la época de mayor esplendor del inka Tupak Yupanki, señor del Tawantinsuyu, las cuatro esquinas del mundo. Las figuras de aquel primoroso jardín acabarían fundidas y enviadas como lingotes de oro a España. Igual suerte corrieron todos los demás ídolos y adornos de oro. El fin de un imperio fue también una suerte de peste virulenta y rapaz.