lunes 16 de mayo 2022

Sobredosis de amor

Edna Iturralde

Nació en un día común y corriente. Lo único especial fue que llovía y el agua se evaporaba apenas tocaba el suelo sin formar ni charcos ni lodazales.


La madre giró la cabeza hacia la pared para no verlo y el padre cuando lo conoció, y antes de que se lo llevaran al orfelinato, le nombró Melquíades como el viejo sabio de “Cien años de soledad”, que era el único libro que había leído en toda su vida. Melquíades creció sin aprender a hablar porque nadie le conversó; sin sonreír porque nadie le sonrió; sin temor a perder porque nada poseía y sin llorar porque nadie le había enseñado a amar.

Era un ser totalmente indiferente. Tan indiferente y silencioso era que la gente pesaba que desde adolecente ya era un sabio. Un día llegó de visita al orfelinato una voluntaria jovencita y bella que se presentó a Melquíades.

“Soy Carmen”, dijo estrechándole la mano y sonrió mirándole a los ojos. Entonces sucedió. Primero fueron los zapatos los que cayeron, luego el pantalón y para cuando resbalaron los interiores y la camisa, el cuerpo de Melquíades desapareció convertido en niebla. Había muerto por sobredosis de amor.