¡Chulladas!
El chulla quiteño era un personaje peculiar de la geografía humana quiteña. Se distinguía en las fiestas, los velorios y otros escenarios de la cotidianidad: los parques, los mercados, las iglesias y las oficinas públicas. ¡Se dice que ya no hay chullas porque está “poblado” de chagras!
Algunas razones: el chulla conocía las historias y leyendas de Quito al dedillo, y las bromas desde los tiempos de Eloy Alfaro, pasando por Ayora, Velasco Ibarra y Bombita hasta Borja. Sabía de todo y de todos, porque recopilaba los detalles más indiscretos de políticos y politicastros. Vivía como buen chulla -de su trabajo como empleado público-; vestía levita, con sombrero y zapatos mirando al cielo. Le agradaba ir futre a las fiestas y velorios -aunque a veces no tenía parientes cercanos-.
Le gustaba comer “cosas finas” -mote con fritada menuda-, colaciones; “tomar” la palabra y algunos copetines -los canelazos quiteños- y, de vez en cuando, acudía al “Madrilón”, la cafetería más distinguida del centro histórico para divulgar las últimas “bolas” del palacio.
Fue un tipo simpático, informal, dicharachero y cortés; un hombre del pueblo, pero de nobles sentimientos. Le decían “plantilla” porque con frecuencia quedaba mal, pero se reivindicaba porque era un señor a carta cabal. Había que oírle cuando se dirigía a las damas. Sus piropos eran galantes y originales, oportunos y graciosos. ¡Y aspiraba a que las chulladas reemplazaran a las pilladas!
Cuando pienso en el chulla viene a mi mente un personaje inolvidable: Evaristo Corral y Ch. -Ernesto Albán Mosquera, nacido en Ambato- quien fue el héroe de las “Estampas quiteñas”, junto al Sarzosita, doña Jesusa y Marlene, el elenco teatral más querido del Ecuador en el siglo XX.