lunes 18 de abril 2022

¡Enano!

Fausto Segovia Baus

Hablar de los niños es un encanto. Me vienen a la mente expresiones como “guambra” –en la Sierra ecuatoriana-; “bebe”, en acento costeño; “criatura”, de resonancia colonial; “cabro”, en Chile; “chico”, “muchacho”, “pelado”, “chiquillo”, “chino” –en Colombia-; “pibe” (en Argentina); “pipiolo” o “gurí” (en Uruguay). Y “enano”, materia de esta columna.


Se escucha con frecuencia hablar de los “enanos”, al referirse a los niños y niñas. El mundo de los adultos, desde esta perspectiva, ve a estos seres humanos como de pequeña estatura.

Decir “enanos” resulta cómodo en el lenguaje coloquial, pero esta corriente que promueve el enanismo, si bien resulta atractivo desde el punto de vista lingüístico, no lo es desde los ámbitos psicológico y cultural.

La definición de niño o niña también ha variado a lo largo de la historia y en las diversas sociedades y culturas. Un niño es una persona humana y un ciudadano con derechos y garantías.

La Convención sobre los Derechos del Niño, en vigor desde el 2 de septiembre de 1990, señala que "se entiende por niño todo ser humano menor de dieciocho años de edad, salvo que, en virtud de la ley que le sea aplicable, haya alcanzado antes la mayoría de edad”.

Desde la psicología, la palabra “enano” es peyorativa, porque puede provocar baja autoestima o sentimiento de inferioridad. Ningún niño puede considerarse “enano” por naturaleza, ni por su estatura, peor por su condición de ser humano en etapa de crecimiento.

En ese sentido, es impropio calificar a los niños como “enanos”, y en el terreno de la cultura, tampoco. ¡Si esta tendencia continúa –como parece- no sería raro escuchar un discurso público en favor de los enanos y enanas que pueblan un país chiquito!