lunes 12 de septiembre 2022

¡Vocación!

Fausto Segovia Baus

Un grupo de investigadores decidieron realizar un examen de cociente intelectual, en un grupo de estudiantes de 12-14 años de edad. Este examen era deliberadamente falso.

Para el experimento realizado por el científico Shawn Anchor, Juan, María y José (nombres supuestos) se tomaron en cuenta para la muestra. Realizado el examen, el director del proyecto de investigación comunicó al profesor que los niños mencionados eran superdotados, y que, por favor, no les dijeran nada.

El seguimiento se hizo a través de un video y los resultados fueron sorprendentes: Juan, María y José pasaron de niños promedio a niños brillantes, los más destacados de la clase. ¿Por qué?

Hubo varias razones: la más importante fue que el profesor esperaba más de ellos, y utilizó la comunicación no verbal -conocida como currículo oculto- que incentivó, motivó y desarrolló capacidades internas, que no se hubieran producido si el ejercicio hubiere sido explícito; es decir, que la prueba sea cierta.

El tema es fascinante. En realidad, a los padres nos pasa por alto sobre quiénes son los profesores de nuestros hijos, qué formación tienen, y en qué consiste el ‘encargo’ que hacemos cuando los matriculamos en un centro escolar.

Los especialistas sostienen que existen tres tipos de trabajadores: los empleados, que trabajan por un sueldo; los profesionales, que están preparados para ejercer una profesión (medicina, docencia, abogacía, etc.); y los que laboran por vocación.

Si bien los tres tipos podrían tener vocación por lo hacen, en los últimos se distingue la vocación por el amor, la pasión y el liderazgo que les da sentido o proyección no solo por recibir un sueldo, sino por formar ambientes de trabajo positivo y donde la eficiencia va de la mano del compromiso ético. Es el caso de los profesores.