lunes 29 de mayo 2023

A través de los ojos de un niño

Gabriela Balarezo

En pocas semanas mi único hijo cumple 4 años. Y desde hace un tiempo ha empezado a repetir que no quiere crecer. Sí, puede que el que se haya aficionado a Peter Pan tenga algo que ver. Pero creo que el origen de ese ferviente deseo está en lo que ve a su alrededor: adultos sumidos en las preocupaciones y en el trabajo que se olvidaron de jugar, de disfrutar.

Tener un hijo es un poco... o mucho, según el nivel de entusiasmo con el que se asuma el reto, volver a ser niño. Una oportunidad. O cambiar la perspectiva a una infantil. Aunque sea con el simple hecho de agacharse a su nivel. Es volver a acostarse en el césped y descubrir figuras en las nubes. Es saber que un helado lo cura todo. Son los dedos arrugados de estar tanto tiempo en la piscina.

Cada vez veo más noticias o comentarios en redes de lugares ‘libres de niños’ (hoteles o restaurantes) y el eterno debate de si correcto o no organizar, por ejemplo, una boda y excluir a los invitados menores de cierta edad. No es cuestión de posicionarse a favor o en contra, solo pensar que todos alguna vez fuimos niños.

A mí, aunque me parezcan a veces agotadores, nunca dejan de sorprenderme porque guardan una especie de sabiduría especial, inocente, que cuando sumamos años vamos perdiendo. La tenían los niños de antes y también los de ahora, es algo que va más allá de las generaciones.