Para mí, ahí está el verdadero amor: en las miradas cómplices, en las conversaciones, las caricias, el tiempo, en atravesar la ciudad para verte aunque sea unos minutos, incluso a la distancia, en perfumar la almohada con el aroma que te gusta.

Así aprendí yo a amar. Eso limitó que pudiera expresar con palabras lo que quiero que la gente se dé cuenta con mis actos. Quizás una cosa haya llevado a la otra, o sea, no poder decir lo que quiero porque más bien lo hago para no decir lo que quiero.

Parece un trabalenguas, pero si tú eres quien lo lee, seguro lo entenderás. Así están mi cerebro y mi corazón, enredados. Tanto, que tuve que esperar la noche para poder escribir estas palabras.

Para ver si en el silencio, que por años no me ha resultado muy buen consejero, hallo los verbos correctos. Tú me dirás si lo logré. Pero mientras lo escribo, dudo una y otra vez de lo que estoy poniendo aquí.

Parece muy poco frente a lo que siento. Es mejor idea contarte lo que imagino que haré. Sé que esta noche pensaré en ti antes de cerrar los ojos.

Luego te veré en mis sueños y cuando amanezca, te lo contaré para que sonriamos juntos. Quiero que sonrías siempre.

Si el día es generoso, me dejará escuchar varias veces tu voz. Hablaremos de aventuras y canciones. También recordaremos la calle mágica que se estrechó cuando pasábamos por primera vez para dejarnos caminar solo a los dos.

Luego te abrazaré y besaré tus manos. Sé que tendrás la nariz fría. Me ha pasado igual. Eso se combate con más besos.

Beberemos café y miraremos a la gente pasar. Nos sentaremos juntos a ver una de las películas de la lista que hiciste. Lloraré contigo si es triste. Me gusta que seas siempre tú y eso estará bien para mí.