El valor de un regalo que cambia la vida

El sonoro repique de las castañuelas marca el compás de la Navidad para Carmen Solís. Su ritmo la ha acompañado desde que era una niña, cuando las recibió por primera vez como obsequio de su mamá, Marina Cruz, para seguir sus pasos en el baile español.
El capitán Jesse Hunter conservó por años la réplica del castillo de He Man que elaboró su papá. Foto: Enrique Pesantes/ Familia

El capitán Jesse Hunter conservó por años la réplica del castillo de He Man que elaboró su papá. Foto: Enrique Pesantes/ Familia

23 de diciembre de 2021 11:27

“La izquierda hace golpe y la derecha carretilla: uno, dos, tres, cuatro… golpe. ¡Errrrra tip, tap!”, dice emocionada mientras imagina con sus manos los ligeros movimientos que aprendió antes de cumplir los 8 años.

Desde entonces ha perdido la cuenta de cuántas ha tenido, pero las primeras eran especiales. Habían sido talladas en una madera impregnada con un sublime aroma a rosas y las conservó por largo tiempo, envueltas en una lanita para evitar que se desafinaran.

Las de ahora, unas negritas de plástico, suenan imponentes con su eco ronco que se extiende por los pasillos del Hogar Corazón de Jesús, en Guayaquil. Le siguen el ritmo mientras recuerda, zapatea y tararea los villancicos como cuando era pequeña.

Estos días de diciembre despiertan recuerdos y reviven el verdadero valor de esos regalos inolvidables de la infancia. Hay quienes no recibieron lo que esperaban, aunque al final resultó ser mucho mejor.

Cuando Jesse Hunter tenía 6 años soñaba con tener el castillo de Grayskull de la entonces popular serie ‘Masters of The Universe’. Era un juguete de plástico que se abría a la mitad; era la pieza que faltaba para su escenario de imaginación en el que He Man siempre vencía.

Aquella Nochebuena le trajo un castillo de madera hecho por su padre durante semanas. Tenía paredes grises, ventanas rojas, un balcón y dos torres en las que ataba una cuerda para deslizar a sus muñecos y sentir, desde entonces, esa adrenalina que ahora experimenta como capitán de la Compañía Salvadores Jefe Guizado No.14, del Benemérito Cuerpo de Bomberos de Guayaquil.

“Cuando lo terminó, recuerdo que hizo unas perforaciones para instalarlo en una de las paredes de mi habitación y me dijo: ‘No lo toques, todavía la pintura está fresca’ -cuenta sonriente-. Luego de un par de días pude jugar con él”.

Y lo hizo por años, aunque lamenta no haberlo conservado para heredarlo a su hijo de 2 años y medio, con quien disfruta compartir tiempo en casa. “No era lo que quería, pero con el tiempo entendí el sacrificio de mi padre. Cuando comprendí eso pude valorarlo más y comprender que lo importante no es el precio de las cosas, sino su valor”.

Cada regalo de la infancia puede guiarnos, sin saberlo, hacia lo que llegaremos a ser. La doctora Diana Yépez lo descubrió al recordar los amaneceres del 25 de diciembre, cuando se levantaba ansiosa por ver lo que sus padres habían escondido debajo de su cama.

“Lo primero que hacía era correr a la habitación de mis hermanos para abrir los regalos juntos y jugar. No sé por qué, pero siempre terminaba cuidándolos, curando una pierna por alguna caída o buscando pañitos para calmar la fiebre después de jugar bajo la lluvia”.

Casi no recibía muñecas y las pocas que tenía fueron sus primeros pacientes. Imaginaba que usaba pinzas y bisturí con ellas, practicaba suturas y colocaba vendajes. Fue así hasta que en el colegio recibió su primer juego completo con distintas pinzas quirúrgicas y entonces empezó a ensayar cirugías con sus peluches.

Tenía 15 años y aún las conserva con cariño. Ahora ocupan un lugar privilegiado en su consultorio particular, donde las muestra con orgullo como ese regalo que le dio impulso para convertirse en cirujana cardiovascular y participar, en este año, en el primer trasplante cardíaco en la historia del Hospital Luis Vernaza. F

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